viernes, 25 de abril de 2014

Parecidos ¿razonables?

Antes de continuar contando como fue mi reencuentro y mis primeros momentos con mi ángel he decidido hacer esta entrada con el propósito de compartir ciertas experiencias cuasi paranormales.

Vaya por delante que no quiero alimentar fantasías ni quiero que se entienda mal lo que voy a explicar porque cada caso es un mundo y este es el mio.

En una de mis entradas (pero ¿a quien se parece este niño?) comentaba el miedo que tenía de que alguien sospechara que mi hijo fuera por ovodonacion cuando vieran que no se parecía a nadie. Bueno pues hoy por hoy OS digo que, efectivamente , la gente ve lo que le da la gana. En aquella entrada a mi blogs decía que mi niño se iba a parecer a su padre y a su madre. Misterios de la vida, así  es.

Mi hijo comenzó siendo un calco de mi hermano. Tanto que yo misma tenia que recordarme que no podía ser y que es de ovo. Ahora se parece menos pero tiene cosas que me recuerdan a mí y a mi familia. Sobre todo una ya que es muy característica en mí. Y es que mi hijo tiene un hoyuelo en la barbilla exactamente igual al mío. La familia de mi chico no tiene esa marca de la casa, así que tiene que ser de la donante. Digo yo...

Por contra he de decir que mi hijo tiende a pelirrojo y eso lejos de extrañar a propios y extraños, les hace gracia. Para que veáis.

Paseando con mi hijo por el barrio me han parado dos personas con una diferencia de cinco minutos para decirme la primera que mi hijo es clavado a su padre y la segunda que como se nota que es hijo de su madre porque tiene mi cara. Lo dicho, cada uno ve lo que quiere ver.

Mi madre que la barbilla es de mi abuela, mi suegra que es su hijo en pequeñito, mi hermano orgulloso de que se le parezca a él, mi cuñada que es igual que mi sobrino. Y paro de contar porque es un no parar.

Yo asiento y sonrío. Ya lo vaticiné en su momento. Mi niño se parecerá a su padre y a su madre. ¿alguien lo puso en duda?

Ah. Sobre esto no hay discusión. Mi ángel es guapérrimo

jueves, 3 de abril de 2014

El nacimiento de mi ángel

El 12 de febrero, a las 9 de la mañana, con todo preparado, nos dirijimos a la consulta de bienestar fetal para comprobar si mi niño seguía de nalgas o se había dado la vuelta. Yo sabía que seguía igual, pero había que asegurarse. Me hicieron la ecografía y, efectivamente, allí seguí, sentadito, tan a gusto, ajeno a lo que iba a ocurrir en unas horas.
 
Me ingresaron en la planta de maternidad. Me parecía mentira estar en esa planta, ya que las otras veces que había estado embarazada, estaba en otra planta (menos mal porque abortar y estar en maternidad debe ser horrible). Lo primero que hice fue ir a ver a una amiga que había dado a luz el día de antes y, cuando estaba viendo a su niña preciosa, me llamaron diciendo que me iban a preparar. Comienzan los nervios... Me hice la última foto con mi barriga y me despedí de ella.
 
Pensar que en poco tiempo iba a ver a mi niño hacía que estuviera emocionada hasta la médula. No podía parar de llorar de la ilusión que tenía. Cuando me sondaron y me pusieron la vía, me bajaron a quirófano. Me despedí de mis padres y mi chico y recordé las veces que me despedía para someterme a los legrados o para operarme del ectópico. Volvía a pasar por quirófano pero esta vez el final tenía que ser bien diferente.
 
Cuando llegué a quirófanos me eché a llorar. Cuantos malos recuerdos, pero no lloraba por eso, sino por la ilusión, el nerviosismo de saber que iba a conocer a mi niño. El personal de quirófano me dijo que tenía que tranquilizarme, que iba muy asustada, pero yo no hacía más que repetir que eran sollozos de emoción, que no estaba nerviosa por la cesárea, sino que tenía muchas ganas de ver a mi niño.
 
Me dijeron que debían hidratarme y hasta que no me pusieran tres bolsas de suero no podrían hacerme la cesárea. Se me hizo eterno, no hacía más que mirar los botes a ver si se acababan. Y se acabaron.
 
Me entraron a quirófano, me prepararon, me pusieron la epidural (que por cierto no duele nada) y vinieron dos ginecólogas. Evidentemente yo no veía nada, puesto que tenía una especie de sábana que tapaba todo, pero escuchaba todo lo que decían. Antes de que empezaran les llamé la atención diciendo que todavía podía mover los pies, que a ver si me iba a doler la incisión, pero me dijeron que no me preocupara que no iba a dolerme nada. Efectivamente no dolió. Comentaron que el niño estaba un poco encajado y al tirar de él sí noté como se movía todo mi cuerpo y, de repente, lo escuché. Comenzó a llorar, mi niño vino al mundo y se hizo notar. Yo no podía más que llorar, como él y no dejaba de decir "mi hijo, mi hijo, mi hijo". Se lo llevaron a una sala contigua y yo podía ver como le limpiaban y le hacían todos los cuidados pertinentes. Bueno, podía ver lo que me dejaban las lágrimas porque no podía dejar de llorar de la emoción.
 
Me lo trajeron y me dijeron que le diera un beso que se lo llevaban con su padre. Noté su piel, caliente, suave, resbaladiza en mi mejilla, me lo dejaron segundos su cara contra mi cara (yo tenía los dos brazos en cruz y no pude tocarle). Nunca lo olvidaré. Su olor, su tacto... Casi no pude verle porque las lágrimas me inundaban los ojos, y sólo acertaba a decir: "te quiero, te quiero, mami te quiere, te quiero"