Vamos a intentar ser lo más racional posible. Tranquilízate Valeska. Tienes una beta positiva y bastante alta, y estás manchando. Es tu sexto embarazo, tu historia pesa, con cinco embarazos fallidos la balanza se posiciona hacia una dirección no muy positiva, pero hay que actuar.
Primer paso: llamo a mi chico para decirle el resultado. Me tiemblan las manos, no doy pie con bola en el móvil, me equivoco con la contraseña de seguridad, ¡¡parece que tengo plastilina en vez de dedos!! Por fín puedo marcar su número, le doy la noticia, mi chico grita ¡¡lo sabía, lo sabía, síiiiiiiiiiii, lo sabía!! Me arranca una sonrisa, lágrimas en los ojos. Sigo pensando en que estoy manchando...
Segundo paso (iba a ser el primero, pero me lo pensé mejor): llamo al IVI para dar el resultado y decirle que parece que estoy empezando con la regla. Tengo la boca seca, casi no me sale la voz del cuerpo. Espero expectante para ver lo que me dicen con el corazón completamente desbocado, me cuesta respirar... Me dan la enhorabuena, me dicen que la beta es realmente buena, que me tranquilice, que es normal manchar. Y me pautan reposo y que retire la heparina por lo menos durante 48 horas. Y que pida cita para la primera eco en el IVI más cercano a mi ciudad.
Estuve tres días manchando de manera intermitente. Fui al médico de familia y me dio la baja en cuanto le comenté que estaba embarazada pero manchaba. Me comentó que debía estar completamente tranquila, que este embarazo debíamos sacarlo adelante y que por él no me daba el alta en todo el embarazo. Me emocionó tanto que lloré. Mi trabajo es muy estresante, debo viajar periódicamente, enfrentarme a situaciones un tanto escabrosas y agradecía enormemente que se pusiera en mi lugar. Era momento de pensar en mí y en este sexto embarazo.
Y a los tres días se paró el manchado. ¿Sangrado de implantación? No lo sabía, pero tenía toda la pinta. Respiramos algo aliviados, pero mis cinco pérdidas pesaban mucho, demasiado. Estaba completamente aterrorizada, mi chico intentaba darme ánimos, me decía que antes había un problema y ya no estaba, que teníamos que estar positivos, que nuestros embriones se merecían que estuviéramos felices y tranquilos. Pero... no podía. Intentaba distraerme durante el día, me cuidaba, no cogía peso, no hacía esfuerzos, descansaba mucho...
A los diez días de la beta tenía la primera ecografía. Os podéis imaginar cómo me encontraba, lo mal, rematadamente mal que lo pasé antes de entrar a consulta. Estaba tremendamente nerviosa, a pesar de ser verano tenía las manos y los pies helados, me costaba respirar, no podía estar quieta en la sala de espera, y dijeron mi nombre... Entré a la consulta y el ginecólogo que me atendió fue muy amable, simpático y comprensivo conmigo, casi de inmediato me hizo pasar a la temida camilla. Me tumbé, notaba como mi corazón galopaba, mi respiración era agitada, mi cabeza parecía que iba a explotar. Me hizo la ecografía y ahí estaba: un saco con su vesícula vitelina. En su sitio, con la medida correspondiente (incluso algo más grande). Del otro embrión no había rastro (los manchados podían estar relacionados con esto), así que ya teníamos la noticia de que no tendríamos mellis, me decepcionó un poco, pero ahí teníamos a nuestra lentejita que ya la queríamos con locura. Respiré aliviada, lloré por la tensión acumulada y por la emoción. Pero quedaba mucho camino que recorrer, esta meta ya la había alcanzado antes, teníamos que seguir avanzando...