lunes, 23 de diciembre de 2013

Premio: Seven things about me

Pues tengo la gran satisfacción de haber recibido un premio y por partida doble.
 
Primero me lo otorgó la luchadora Katrina y recientemente ha sido mi querida Soñadora quien me lo ha ofrecido, así que muchísimas gracias a las dos y aquí van algunos datos más sobre mí...



 
 
1. Toco el piano desde los cinco años: He estudiado solfeo, piano y coral, pero no me dedico a ello. De hecho cuando me casé el piano se quedó en casa de mis padres ya que no cabía en mi minipiso y ya apenas lo toco. Una pena...
 


 
 
 
2. Tengo pánico a volar: Me encanta viajar, todos los años cojo avión y en ocasiones varias veces, pero aún así... Lo paso realmente mal. He llegado a llorar del miedo que he sentido, pero no renuncio a seguir conociendo ciudades.
 
 
 
 
 
3. Mi chico sólo ha tenido una relación seria y yo también. Hemos sido los primeros novios respectivos. Cuando lo conocí tenía 19 años y él 21. Yo había tonteado con alguno, pero él nunca había salido con ninguna chica, ni tonteado ni nada. Dice que me estaba esperando a mí, jejeje.
 
 

 
 
 
4. Soy una persona extremadamente tímida e introvertida. La gente cree que no, porque lucho a diario por superarlo, pero suelo tener las manos sudorosas y frías cuando me relaciono con los demás. El nivel de sudor y frialdad es inversamente proporcional al grado de cercanía de mi interlocutor. Tiendo a evitar reuniones sociales donde no conozco a nadie porque me produce un elevado estado de ansiedad.
 
 

 
 
 
5. Llevo ropa "low cost", pero me chifla la cosmética "high cost": soy incapaz de gastarme más de 40 euros (como muuuucho) en un pantalón, pero me encantan las cremas y el maquillaje y los perfumes y ahí sí que me gasto más de 40 euros (pero mucho más). Eso sí, nunca he ido a la esteticien a hacerme ningún tratamiento de belleza, ni siquiera a depilarme, que lo hago en casita. Pura contradicción. Además soy un poco desastre para la peluquería, no me gusta nada ir, así que aunque llevo mechas, a veces parece que son californianas a posta y no... es que lo voy dejando, y lo voy dejando...
 
 
 
 
6. Soy un poco maniática con el orden y la limpieza. Como algo esté descolocado o se haya quedado sin hacer no estoy a gusto, ni puedo descansar bien sentada en el sofá. Prefiero levantarme y hacerlo aunque esté reventada.
 
 
 
 
 
7. Vivo en Andalucía, aunque nací y crecí en Catalunya. Tengo parte de la familia en Andalucía y parte en Catalunya. Allí fui muy feliz y guardo muy buenos recuerdos. Aquí también lo soy y ahora más...
 
 

 

 
 
 
 
Pues ya sabeis un poquito más de mí

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Pasado, presente y futuro (reflexiones)

Después del tercer mes las semanas se fueron pasando con algo más de rapidez. Seguía teniendo miedo, pero ya no era tan agobiante como en el primer trimestre.
 
 
Y así llegamos al séptimo mes de embarazo, que es el que acabo de cumplir. Ahora mismo me está dando pataditas un niño que es lo que más quiero en el mundo. Tengo una barriga enoooorme, la gente cree que estoy a punto de parir. Y aún así, cuando me despierto por la mañana lo primero que hago es acariciar mi vientre para comprobar que esto no es un sueño. Me miro en el espejo, alucino con los cambios de mi cuerpo: mi pecho, mi barriga, la linea alba,... Todo el mundo me dice que estoy más guapa que nunca y quizás sea cierto porque me siento más guapa, más mujer, más femenina y más poderosa que nunca. Y aún así hay días o momentos que pienso si esto es verdad y si podré tener a mi niño en mis brazos.
 
 
La gente no quiere oir cosas tristes. Si alguien me pregunta como estoy y le digo que bien, pero que lo he pasado y todavía lo sigo pasando mal por todo lo que me ocurrió, no quiere escucharlo. Me dicen que olvide, que no piense en eso, que ya pasó y no le de más vueltas. Pero para mí es imposible. Dicen que cuando has pasado tanto para tener un hijo, cuando por fin lo consigues y le ves la carita se te olvida todo. Quiero creerlo, quiero creer que eso me pasará a mí, pero no sé, sinceramente lo dudo.
Quiero que quede claro que estoy súper feliz con mi niño, que soy inmensamente feliz, pero me sigue pesando mi historia. Y lo sé porque estando embarazada me he enterado de embarazos cercanos que ha sido llegar y pegar y me escuece, me sigue escociendo y me sigue dando envidia y sigo sintiendo las mismas cosas que cuando no estaba embarazada. Y me sigo preguntando por qué. Por qué algunas parejas se acuestan, echan un polvo, hacen el amor o como querais llamarlo y se quedan embarazados y tienen a sus bebés. Y por qué otras por más que lo intentan, por más tratamientos que realizan, por más sufrimiento que llevan a cuestas no lo consiguen o lo consiguen después de mucho padecer. Duele. A mí me duele.
 
 
Estoy casi al otro lado del laberinto, me está costando sangre (mucha sangre), sudor y lágrimas (millones de millones de lágrimas) llegar a la salida. He aprendido muchas cosas por el camino. He mejorado en muchas cosas, he madurado, he ganado en paciencia, he aprendido a relativizar otras tantas. Pero no, no compensa tanto sufrimiento. A mí no. Echo la vista atrás y estos siete años no puedo resumirlos en aprendizaje, crecimiento como persona y encuentro de nuevos valores. Lo que gana es la amargura, el sufrimiento, el padecer, la tristeza. Y eso que no siempre me he sentido así y he sido relativamente feliz, pero... la espina, siempre la espina.
 
Pero para que no parezca una entrada derrotista y triste, que yo no lo soy para nada, os dejo con mi super barriga de algo menos de siete meses. Me parece mentira cuando veo las fotos que esa sea yo, pero así es. Lo conseguí. ¿Podeis creerlo?
 
 
 
 


domingo, 8 de diciembre de 2013

Miedo, tengo miedo....

Hasta ese momento, en todos los años de búsqueda y de pérdidas, había aprendido a convivir con el miedo. Estaba tan acostumbrada a él que simplemente cuando llamaba a mi puerta le dejaba pasar, él se aposentaba en mi vida y yo intentaba ignorarle. Habíamos llegado a un equilibrio más que racional, ni yo le echaba de mi vida, ni él se apoderaba de la mía. Pero ese débil pacto se rompió. Desde el positivo el miedo se instaló sin pedir permiso, me avasalló, me inundó, me paralizó, me asfixió...
 
 
Yo intentaba hacer pequeños acuerdos con él. Nunca pretendí que se marchara porque sabía que iba a ser imposible, pero sí que me dejara respirar:
- Si me noto revuelta durante el día, es que el embarazo va a ir bien y entonces me dejarás tranquila.
- Si me toco las tetas y las tengo duras y me duelen, es que el embarazo va a ir bien y entonces me dejarás tranquila.
- Si en la próxima eco todo está correcto, es que el embarazo va a ir bien y entonces me dejarás tranquila.
- Si...
 
 
Y el miedo cumplía con su parte y bajaba su nivel de aprisionamiento, pero ese pequeño respiro era ínfimo. Se iba y al cabo del tiempo volvía y me recordaba:
- Has tenido embarazos en los que has estado revuelta... y lo perdiste
- Has tenido las tetas duras como piedras y doloridas... y lo perdiste
- Te has hecho ecografías donde todo marchaba bien... y lo perdiste
- Y lo perdiste, y lo perdiste...
 
Intentaba seguir dialogando con mi miedo, le decía que antes tenía problemas en el útero, y por eso los perdía, y como ahora no tengo problemas, no lo iba a perder. Pero el miedo se había vuelto rastrero y con menos escrúpulos que nunca y me contestaba ¿es que todas las mujeres que pierden el embarazo tienen problemas en el útero? Un alto porcentaje de embriones se pierden y no hay ningún problema, y te puede tocar a tí.
 
Y así pasaba los días, aterrorizada, suplicando que este embazo siguiera adelante porque si lo perdía no sólo perdería a mi bebé, sino que perdería TODO.
 
En la sexta semana fuimos a Valencia a hacerme una eco y allí estaba mi campeón latiendo a mil por hora. ¡¡Qué alegría!! ¡¡Qué alivio!! ¡¡Qué maravilla!! Lloraba como una magdalena, por la emoción, por los nervios, por todo. Comentaron que no teníamos que volver a Valencia, y nos dijeron que la próxima eco, que tendría que ser en la semana ocho, me la hiciera en el IVI más cercano de mi ciudad.
 
En la octava semana me hice la eco, iba fatal porque llevaba un par de días que notaba como mis tetas se habían deshinchado y porque la semana anterior había manchado marrón. Nos atendió el mismo médico que la otra vez, me alegré porque mostraba mucha empatía y además era alegre e incluso chistoso. Cuando mi chico le comentó que estaba asustada porque no me dolía el pecho contestó que eso era muy científico para comprobar que un embarazo iba bien, que había docenas de artículos en las revistas médicas más prestigiosas sobre falta de turgencia mamaria y viabilidad del embarazo. Me hizo reir y tranquilizarme, pero lo más importante, me hizo la eco y ahí seguía mi lenteja, creciendo y latiendo a todo trapo. Volvía a llorar de emoción y de alivio. Me dieron el alta en IVI, ya no tenía que ir más, pordía seguir el embarazo en mi ciudad.
 
A las 12 semanas me hice la eco por la Seguridad Social. No quise hacerme más ecos entre medias porque lo pasaba tan mal, TAN MAL, que prefería vivir en la ignorancia que pasar el mal rato de ponerme en la camilla y suplicar en silencio que todo fuera bien.
 
Y mi garbanzo seguía creciendo ajeno a todas mis emociones, miedos y paranoias. En esa eco pude verle moviéndose, girando, parecía un saltimbanqui, casi no puede medirle la translucencia nucal porque no paraba quieto. El médico maldecía por no poder coger una imagen clara y realizar las mediciones pertinentes y yo sólo podía mirar el monitor alucinada, embobada, hipnotizada por esa imagen de mi hijo moviéndose dentro de mí.
 
Salimos de esa eco contentísimos, no sólo por haber visto a nuestro hijo, sino porque oficialmente, había superado el primer trimestre.
 

 
 
 


miércoles, 27 de noviembre de 2013

¿A la sexta va la vencida?

Vamos a intentar ser lo más racional posible. Tranquilízate Valeska. Tienes una beta positiva y bastante alta, y estás manchando. Es tu sexto embarazo, tu historia pesa, con cinco embarazos fallidos la balanza se posiciona hacia una dirección no muy positiva, pero hay que actuar.
 
 
Primer paso: llamo a mi chico para decirle el resultado. Me tiemblan las manos, no doy pie con bola en el móvil, me equivoco con la contraseña de seguridad, ¡¡parece que tengo plastilina en vez de dedos!! Por fín puedo marcar su número, le doy la noticia, mi chico grita ¡¡lo sabía, lo sabía, síiiiiiiiiiii, lo sabía!! Me arranca una sonrisa, lágrimas en los ojos. Sigo pensando en que estoy manchando...
 
 
Segundo paso (iba a ser el primero, pero me lo pensé mejor): llamo al IVI para dar el resultado y decirle que parece que estoy empezando con la regla. Tengo la boca seca, casi no me sale la voz del cuerpo. Espero expectante para ver lo que me dicen con el corazón completamente desbocado, me cuesta respirar... Me dan la enhorabuena, me dicen que la beta es realmente buena, que me tranquilice, que es normal manchar. Y me pautan reposo y que retire la heparina por lo menos durante 48 horas. Y que pida cita para la primera eco en el IVI más cercano a mi ciudad.
 
 
Estuve tres días manchando de manera intermitente. Fui al médico de familia y me dio la baja en cuanto le comenté que estaba embarazada pero manchaba. Me comentó que debía estar completamente tranquila, que este embarazo debíamos sacarlo adelante y que por él no me daba el alta en todo el embarazo. Me emocionó tanto que lloré. Mi trabajo es muy estresante, debo viajar periódicamente, enfrentarme a situaciones un tanto escabrosas y agradecía enormemente que se pusiera en mi lugar. Era momento de pensar en mí y en este sexto embarazo. 
 
 
Y a los tres días se paró el manchado. ¿Sangrado de implantación? No lo sabía, pero tenía toda la pinta. Respiramos algo aliviados, pero mis cinco pérdidas pesaban mucho, demasiado. Estaba completamente aterrorizada, mi chico intentaba darme ánimos, me decía que antes había un problema y ya no estaba, que teníamos que estar positivos, que nuestros embriones se merecían que estuviéramos felices y tranquilos. Pero... no podía. Intentaba distraerme durante el día, me cuidaba, no cogía peso, no hacía esfuerzos, descansaba mucho...
 
A los diez días de la beta tenía la primera ecografía. Os podéis imaginar cómo me encontraba, lo mal, rematadamente mal que lo pasé antes de entrar a consulta. Estaba tremendamente nerviosa, a pesar de ser verano tenía las manos y los pies helados, me costaba respirar, no podía estar quieta en la sala de espera, y dijeron mi nombre... Entré a la consulta y el ginecólogo que me atendió fue muy amable, simpático y comprensivo conmigo, casi de inmediato me hizo pasar a la temida camilla. Me tumbé, notaba como mi corazón galopaba, mi respiración era agitada, mi cabeza parecía que iba a explotar. Me hizo la ecografía y ahí estaba: un saco con su vesícula vitelina. En su sitio, con la medida correspondiente (incluso algo más grande). Del otro embrión no había rastro (los manchados podían estar relacionados con esto), así que ya teníamos la noticia de que no tendríamos mellis, me decepcionó un poco, pero ahí teníamos a nuestra lentejita que ya la queríamos con locura. Respiré aliviada, lloré por la tensión acumulada y por la emoción. Pero quedaba mucho camino que recorrer, esta meta ya la había alcanzado antes, teníamos que seguir avanzando...
 
 


lunes, 25 de noviembre de 2013

Lo imposible...

Cuando entré a esa consulta no sólo no me esperaba que la doctora leyera mi mente, sino que saliera de ella con todas las pautas para empezar con la ovodonación.
 
Me explicaron que iba a ser en ciclo natural, que mi cuerpo no quería medicación y que respondería mucho mejor. Y que empezábamos YA. La transfer sería después mi próxima ovulación, o sea en un par de semanas... No me lo podía creer, por una vez en todo el tiempo que llevaba en esto, la cosa iba a ir deprisa. Estaba en una nube, súper contenta, feliz y lo más importante, nuevamente ilusionada y esperanzada. Con miedo, huelga decirlo, pero ya me había acostumbrado a que este sentimiento me acompañara, así que tampoco le daba más protagonismo del que debía.
 
Y sin más, un 4 de junio del año 2013 me transfirieron dos preciosísimos blastos de los nueve que consiguieron. Todo gracias a una donante maravillosa de 21 añitos que se infló a hormonas y pasó por quirófano para que yo tuviera una nueva oportunidad. GRACIAS, desde aquí, seas quien seas, te lo agradezco enormemente.
 
Claro que con la transfer va unida inevitablemente la temida betaespera. Diez días de comedura de cabeza, de ilusiones y esperanzas, pero también de miedo y resignación. Durante la betaespera la medicación que tuve que ponerme fue heparina y progesterona vaginal e intramuscular (¡¡cómo duelen esos pinchazos por favoooooor!!)
 
 
La mañana del 14 de junio me levanté para ir a trabajar, pero antes iría al laboratorio a hacerme la beta. Justo antes de ducharme hice pipí y al limpiarme... manché el papel higiénico. Me lo quedé mirando incrédula y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Igual que cuando empezaba la regla, y era mi día de regla. No lloré, pero supe que no había funcionado. No valía la pena empezar a pensar en teorías alternativas cuando lo evidente era lo que tenía delante, que me tocaba la regla y había empezado a manchar.
 
Antes de ir al laboratorio me pasé por el trabajo de mi chico y se lo dije, que iba a hacerme la beta, pero que ya había empezado a manchar. Su cara mostró una desilusión tremenda, pero como siempre, hizo de roca, me abrazó y me dijo que hasta que no tuviéramos los resultados no nos diéramos por vencidos y que, de todas maneras, teníamos a siete esperándonos para volver a intentarlo.
 
Fui al laboratorio y la DUE me dijo que si la beta era para saber si estaba embarazada y le contesté que supuestamente era para eso, pero que me estaba bajando la regla, así que...
 
Llegué al trabajo e iba al cuarto de baño cada dos por tres, y veía el salvaslip manchado y cada vez que me limpiaba también manchaba el papel. No sabía ni como me sentía. Nuevamente me inundaban pensamientos de que quizás nunca lo conseguiría, aunque intentaba animarme. Al día siguiente me iba a la provincia de al lado con mi familia ya que mi hermano iba a comprarse el traje de novio (se casaba en septiembre) y quería que fuera con él para elegirlo. Así que decidí que para pasar el mal trago estaríamos el fin de semana de marcha: cervecitas, pubs, comer por ahí, comer con la familia, estar con mis sobrinos... Me consolaba con esto. Y me alegré de no haber dicho absolutamente a nadie que estábamos en tratamiento, así no tenía que tratar el tema con nadie ni ver tristeza en mi familia.
 
Como a las dos horas de haberme hecho la beta me llamaron del laboratorio para decirme que ya estaba el resultado, que podía ir a recogerlo o bien  acceder a través de internet con mi cuenta de usuario. Y eso hice. Me metí en su página y me descargué el resultado. Allí estaba, un número, un simple número que hizo que mi vida se volviera del revés. Un número de tres cifras: un seis, un ocho y un dos. Estaba embarazada, y con una beta bastante alta, pero entonces ¿qué significaba ese manchado?
 
 

domingo, 17 de noviembre de 2013

Dime que me entiendes...

En mayo de este año, hace seis meses, fuimos a la consulta de la doctora Crespo para ver como había quedado mi útero y ver qué camino íbamos a llevar.
 
 
Mi chico se hizo a la idea de que como el problema estaba resuelto lo más lógico era que nos mandara nuestra casa a intentarlo por nuestra cuenta durante un tiempo y, si no lo conseguíamos, volver para que nos ayudaran. Estaba ilusionado con que este fuera el veredicto. Pero yo no. Yo temía que me dijera algo así. Con 37 años y 7 de ellos intentando ser madre no me veía con fuerzas de iniciar de nuevo el proceso: 6 meses por tu cuenta, IA, FIV, OVO... Me moría sólo de pensarlo. Quería que, lo que tuviera que pasar, pasara ya. No quería más esperas, no podía seguir con este archivo abierto más tiempo, quería cerrarlo ya.
 
 
Dime que me entiendes...
 
 
Lo hablaba con mi chico y le recordaba que también estaba el problema de la baja reserva ovárica, y que desde que me había quedado embarazada la última vez había pasado casi un año. Intentaba hacerle comprender por qué para mí su opción no era buena y él intentaba comprenderme, pero no entendía como podía preferir ponerme en tratamiento que pasarlo divino con él y esperar que resultara. Porque no puedo ni quiero estar pendiente de ovulación, ni de psicosíntomas, ni de limpiarme cada dos por tres los días precedentes a la regla, ni dejar de respirar cuando voy al baño para ver si no me baja. Y así, un mes, y otro, y otro.
 
 
Dime que me entiendes...
 
 
Porque quiero hacerlo lo antes posible y si no resulta, pasar página. Porque lo necesito, porque me voy a volver loca, porque si sigo cayendo no podré levantarme, porque mi vida tiene que ser algo más que intentar ser madre una y otra vez, año tras año, decepción tras decepción, pérdida tras pérdida.
 
Dime que me entiendes...
 
Y con esta dualidad nos presentamos frente a la doctora. Mi chico esperanzado en lo natural y yo esperanzada en ponerme en tratamiento. Pero es más, no cualquier tratamiento, yo no quería probar con mis óvulos y, ni muchísimo menos, la técnica que parecía ser la panacea para las chicas con baja reserva, la mejora de antrales. Una técnica consistente en mes, a mes, ir recolectando el/los óvulo/s que produjeras tras pasar diferentes controles hormonales para luego fecundarlos y realizar la transferencia. Para mí esto sería "la muerte a pellizcos", no tenía resistencia psicológica para todo este proceso.
 
Dime que me entiendes...
 
Pues no sé si vosotras me entendéis, y sé que mi chico lo intentaba, aunque no llegaba, pero quien me entendió incluso antes de hablar conmigo, adelantándose a lo que tenía que decir, leyendo en mi mente todos mis miedos, mis emociones y pensamientos, fue la doctora Crespo.
 
Como siempre, fue clara como el agua, directa a más no poder. Dio su opinión y nos argumentó el por qué sin que nos diera tiempo a rechistar. Y su opción era directa a ovodonación, sin más. Y su argumento fue lo que me hizo llorar de emoción y gratitud porque me dijo que yo había pasado por mucho y que no podía seguir probando conmigo porque me hundiría y tiraría la toalla y ella no quería eso. Que a ella solo le quedaba un disparo y que se tenía que jugar todo a ese disparo, y que lo que más seguridad le daba en conseguirlo era realizar ovodonación en ciclo natural. Que si yo opinaba otra cosa o había pensado otra opción, la respetaría, pero que la tenía que convencer para hacer otra cosa que no fuera lo que ella había expuesto. Y yo no hacía nada más que llorar y asentir, llorar y asentir porque era lo que yo quería, porque me entendía, porque sabía en qué punto emocional estaba y que esto era más determinante que mis óvulos, mis posibilidades sin tratamiento y todo lo demás.
 
Y mi chico pues por un lado se esfumó su ilusión de encargar nuestro hijo "a lo tradicional", pero cuando me vio tan tremendamente contenta e ilusionada, y sobre todo, gracias a las charlas que habíamos tenido sobre este tema, lo entendió y además, se fiaba del criterio de la doctora. La ovodonación no era nueva para nosotros, ya habíamos pasado por ello, no teníamos que asimilar nada, ese trabajo ya estaba hecho.
 
Dijimos que estábamos más que preparados, así que rellenamos los consentimientos, la hoja con los rasgos físicos y... comenzamos una nueva aventura.
 
 

sábado, 9 de noviembre de 2013

La decisión

Fecha: Noviembre de 2012.
Localización: Clínica IVI de Valencia.
Situación: Pause, asimilando información...
 
Salimos de la consulta intentando comprender todo lo que habíamos vivido allí dentro. Mi chico y yo nos mirábamos y no nos salían las palabras. Nos parecía todo tan surrealista... Pero debíamos ir a lo práctico, antes de salir de la clínica debíamos decidir qué íbamos a hacer, porque si decidíamos hacernos la histeroscopia debíamos decirlo.
 
 
Y salió de nuevo la Valeska guerrera. Se despertó, se levantó y con los brazos en jarras gritó ¡¡¡vamos a por todas!!! ¿Cómo no iba a hacerlo? Me perseguiría toda mi vida la duda, sería una comezón insoportable de sobrellevar. Me habían dado un nuevo cartucho ¿cómo no gastarlo aunque al final se convirtiera en pólvora mojada? Y mi chico estaba completamente de acuerdo, decía que estábamos obligados a hacerlo, que le dolía en el alma que nuevamente tuviera que pasar por quirófano, pero que si no lo hacíamos estaba seguro que tarde o temprano nos lo echaríamos en cara y prefería dejarlo todo bien atado, cerrar bien todas las puertas antes de plantarnos. Así que... apostamos por una nueva batalla. ¿Os lo podéis creer? No sé de donde sacamos las fuerzas, cuando crees que todo ha terminado, cuando piensas que ya no puedes más... no ha terminado y sí que puedes continuar. Es increíble...
 
 
Cuando se lo dijimos a la familia todos se alegraron muchísimo de nuestra decisión. Nos apoyaron al 100%, y nos dieron muchos ánimos. Estaban contentos por nuestra visita y nuestro diagnóstico y se mostraron muy positivos. Yo tenía los pies más en la tierra. Como para levantarlos después de los palos que llevábamos.
 
Me realizaron la histeroscopia quirúrgica este febrero. Por circunstancias laborales mi chico no pudo acompañarme con todo el dolor de su corazón, así que fui con mis padres ya que necesitaba que alguien me llevara y me trajera en coche (bueno y para no estar sola, que a nadie le gusta entrar a quirófano y no despedirse de nadie). Cuando ya me recuperé de la anestesia vino el doctor Ferro y me explicó cómo había ido la intervención. Resulta que no sólo tenía un tabique parcial en el útero, sino que tenía el útero en forma de T (en vez de tener la forma usual de pera).
 
Es decir, el útero debería de tener esta forma
 

 
 
Y sin embargo tenía esta
 
 
 
 
 
Y por si fuera poco, tenía un tabique ¡¡Alucinante!!
 
El doctor me comentó que había sido una ardua tarea, pero que había quitado el tabique y había ampliado las paredes del útero para que dejara de tener la forma de T. Debido a todo esto tendría que pasar de nuevo por otra histeroscopia para ver cómo había quedado y posiblemente tuviera que retocar un poco.
 

Y eso fue lo que hicimos al mes y medio. Volvimos al IVI Valencia, pasé de nuevo por quirófano y por las increíbles manos del doctor Ferro y, efectivamente, tuvo que retocar algo, pero según él, había quedado perfecto. Debía esperar un mes para que se bajara la inflamación por la intervención y de nuevo visita con la Crespo para ver hacia donde nos conducía este nuevo recodo del laberinto...
 
 
 

 
 
 


 


martes, 5 de noviembre de 2013

Qué esperar cuando NO estás esperando

Y llegó el día de nuestra cita en IVI. Qué lejos está Valencia de nuestra ciudad. Y qué mala combinación para ir de otra manera que no sea en coche, así que así nos dirigimos hacia allí, 500 km. en coche para hacer una visita de no sabíamos el tiempo a la clínica IVI.
 
 
Como pernoctamos allí aprovechamos el viaje para hacer un poquito de turismo, así que recorrimos todo lo que nos dio tiempo de Valencia y la verdad es que lo pasamos bien. Yo ya la conocía y recordaba que me había gustado la ciudad. Mi chico no la conocía y también le gustó.
 
 
Al día siguiente fuimos a la clínica y la verdad es que es otro mundo. Nada que ver con la clínica a la que habíamos ido anteriormente. Esta era más ostentosa, moderna y grande. No me gustó la sensación de sentirme pequeña y de ver todo tan impersonalizado, pero la verdad es que me lo esperaba y yo iba a lo que iba, a cubrir mi objetivo, así que...
 
 
Antes de ver a la Crespo pasamos primero a que nos abrieran ficha en administración y después con una enfermera del equipo de la doctora, con la que estuvimos muchísimo tiempo ya que era una historia muy larga. Recogió todo lo que le dijimos y todas las pruebas que trajimos y volvimos a la sala de espera (por cierto llena a rebosar).
 
 
Yo estaba nerviosísima, tenía muchísimos sentimientos encontrados, no sabía ni lo que quería oír. No sabía si me daba más miedo un "ya no hay nada más que hacer" o un "pero es que nadie se ha dado cuenta de que tu problema es X". En la sala de espera me fijaba en las parejas y me preguntaba cual sería su historia, en qué fase estarían, si sería su primera visita, o irían para su primera ecografía después del positivo. Mi chico me agarraba la mano e intentaba distraerme hablándome de lo bien que lo habíamos pasado el día anterior, recordando cosas de nuestro viaje a New York... Pero yo no podía escucharlo, tenía la sensación de estar en el corredor de la muerte esperando la decisión de llevarme a ponerme la inyección letal o continuar con la cadena perpetua.
 
 
Y pasamos con Juana. Supongo que se había leído todo lo que habíamos llevado y el expediente que había realizado su enfermera, porque sabía nuestra historia. Nos dijo que era una barbaridad por todo lo que habíamos pasado y que le llamaba la atención que con tratamiento no consiguiéramos embarazo y por nosotros mismos sí, que eso significaba que mi cuerpo no quería medicación. Y acto seguido soltó: "ahora te voy a hacer una ecografía para corroborarlo, pero estoy segura de que tú tienes un problema en el útero". Le recordé que había pasado por múltiples ecografías, que me habían hecho histerosalpingografía, laparoscopia y hacía pocos meses una histeroscopia diagnóstica y me habían dicho que todo estaba correcto. "Pasa y lo vemos" fue lo único que dijo.
 
 
Me metió el ecógrafo y soltó: "por lo pronto tienes un tabique en el útero y adenomiosis". "Tu útero está hecho un higo (literal), en estas condiciones no hay embrión que sobreviva". Yo no salía de mi asombro. Me enseñaba el tabique, una línea blanquecina que iba de arriba hasta casi abajo del útero y yo alucinaba porque lo veía claramente. ¿Cómo nadie me había visto eso? ¿Cómo puede ser? ¿Esa es la respuesta a todo el calvario que hemos pasado? Nos comentó que eso es lo que veía ella con el ecógrafo, pero que lo ideal era que pasáramos por una histeroscopia quirúrgica con el doctor Ferro, que era especialista en este tipo de intervenciones, para corregir lo del tabique y comprobar si había más anomalías. "Pasas por el doctor Ferro y luego hablamos para ver qué hacemos contigo".
 
 
Pero yo necesitaba hablar con mi chico, necesitaba asimilar todo lo que estaba escuchando. Esta doctora me había puesto todo patas arriba y necesitaba reorganizar el desorden que me había provocado. ¡Qué locura!
 
 


sábado, 2 de noviembre de 2013

El precipicio

Cuando llegas al punto en que nosotros estábamos, sientes como si estuvieras al borde de un precipicio. Sabes que si saltas, no hay marcha atrás, pero piensas que ese salto puede ser tu liberación, tu pasaporte a otro mundo. Pero da tanto miedo...
 
 
Necesitábamos que alguien nos diera el empujón, que nos dijera que no había marcha atrás, que habíamos hecho todo lo posible y que era la hora de saltar.
 
 
 
Me quedaba embarazada y lo perdía. Por mí misma. Con tratamiento no conseguía quedarme embarazada, ni siquiera por ovodonación. Tenía fallo ovárico prematuro. Pero me quedaba embarazada. Entonces... ¿nos tirábamos años tomando precauciones por si me volvía a quedar embarazada? Esto era muy fuerte para mí. Aparcar mi deseo de ser madre y usar métodos anticonceptivos por si me quedaba en estado. Una locura. Así que le dije a mi chico que si seguíamos adelante quería ligarme la trompa que me quedaba, y que para eso necesitaba que un profesional me dijera que estaba desahuciada, que la decisión era correcta, que no había solución para mi problema, que no había nada más que hacer, que estaba todo hecho y más que hecho.
 
 
Y decidimos que si alguien nos lo tenía que decir tendría que ser IVI, y que dentro de IVI si alguna clínica nos lo tenía que decir, tendría que ser IVI Valencia, y que dentro de IVI Valencia si alguien nos lo tenía que decir, era la famosa doctora Juana Crespo.
 
 
Esto era igual (o parecido) a cuando intenté la FIV con mis óvulos. Un trámite, una despedida, el comienzo del duelo, de la asimilación. No estaba dispuesta a volver a probar suerte, no estaba dispuesta a pasar por ningún tratamiento más por si "sonaba la flauta". En el momento en que escuchara un "todo está bien, podemos probar" o "has tenido mala suerte, no tiene por qué volver a pasarte" lo tenía más que claro. NO. No estaba dispuesta.
 
 
Y pedimos cita para una clínica que está a 500 km de mi casa para conocer a esa famosa doctora que, según muchos foros, veía lo que no veía ningún ginecólogo.
 
 Nos dieron la cita para tres meses. Tiempo en el que cumplimos nuestro viaje fallido a New York.





miércoles, 30 de octubre de 2013

Bandera blanca

Entre ecografías, legrados y más ecografías había pasado el verano de 2012. En ese verano perdimos nuestro quinto embarazo, nuestro soñado viaje a New York y, lo más importante, las ganas de volver a intentar ser padres.
 
 
La primera medida que tomamos fue precisamente tomar medidas. Estábamos tan asustados,  que no queríamos un nuevo embarazo, así que decidimos mantener relaciones con protección. Que contradictorio, que rabia, que desconcertante...
 
 
En septiembre me realizaron una histeroscopia diagnóstica para ver mi útero por dentro. Fue algo molesto, pero soportable. No vieron nada anómalo. Todo estaba correcto.
 
 
Mi chico y yo hablamos. Teníamos que tomar decisiones. En este punto del laberinto yo tenía más que claro que estábamos completamente perdidos, pero estaba asumiendo que no encontraríamos la salida. ¿Y tan malo es? ¿Qué pasa si nos hacemos a la idea? Vale que es increíble lo que nos espera al otro lado, pero ¿quién nos asegura que podamos lograrlo? Estábamos exhaustos y nos empezamos a plantear que, estando los dos juntos, podíamos ser felices en aquel laberinto. Dolía la derrota, pero es que la batalla nos estaba despedazando, y no se veía el final de esta guerra.
 
 
Llevábamos seis años luchando, cinco embarazos perdidos y mucho sufrimiento. Y si esto pesaba, más pesaba levantar la vista y ver el futuro oscuro, difuso, sin soluciones ni respuestas. No podíamos más.
 
 
Mi chico estaba más que dispuesto a dejar de luchar. Por él hacía tiempo que lo hubiera dejado. Por mí estaba al pie del cañón, en las trincheras, dispuesto a comenzar nuevas lides si se lo pedía. Él era feliz sin hijos, era importante, pero, como me decía, no a cualquier precio, no a costa de mi salud, no por encima de todo. Para él por encima de todo estaba yo. Nosotros. Y yo... yo sí podría ser feliz sin hijos, pero sabía que tendría para siempre ese dolor, esa herida abierta que, a la mínima, sangraría y escocería. Quizás con el tiempo se fuera mitigando, pero siempre me acompañaría. Pero poder... podía.
 
 
En ese momento lo único que quería era pasar página. Necesitaba avanzar en mi vida. Todos estos años habían transcurrido alrededor del objetivo de ser madre. Ese era el centro y todo lo demás giraba en torno a él. Y había llegado el momento de descentralizar, de comenzar a asimilar que mi miedo a no tener hijos iba a ser una realidad, visualizar mi vida sin hijos, pero con un marido maravilloso, una familia estupenda y todas las ventajas que puede tener tu vida si no tienes hijos.
 
 
Y os digo una cosa, si valiente es seguir luchando, más valiente es tomar la decisión de dejarlo. Para eso sí que hace falta valor. Necesitaba desprenderme de la tremenda losa que llevaba a cuestas y que cada vez iba pesando más y más y más... Comprendí que no era rendirse, sino liberarse.
 


domingo, 27 de octubre de 2013

Complicaciones

NOTA: Quisiera advertiros que lo que cuento en esta entrada no es muy agradable y puede herir vuestra sensibilidad porque a veces es demasiado explícito, pero necesitaba contarlo porque también forma parte de mi historia.
 
Esta quinta pérdida, además de lo dura que fue por lo que significaba y por la incertidumbre que la rodeó durante semanas, fue dura por todo lo que pasé para poder "limpiarme" (que feo suena, no encuentro cómo describir lo que significa legrar).
 
 
En mi tercera pérdida necesité dos legrados para poder vaciar mi útero. Primero me metían unas pastillas que, supuestamente, te hacen dilatar y ayudan a que comience el proceso de perder el embrión. Supuestamente. Porque mientras mi compañera de habitación gemía, se retorcía de dolor y sangraba (la pobre) por las dichosas pastillas, a mí parecía que me habían metido lacasitos. Ni un dolor, ni una mancha. Fresca como una rosa. Cuando me bajaron a quirófano no pudieron hacerme el legrado porque tenía el cuello del útero duro como una roca. Me desperté pensando que ya todo había terminado y me encontré que todo seguía igual. Al día siguiente volvieron a darme las pastillas aumentándome la dosis. Y mi reacción la misma. Cero dolores y sangrado. Pero sí me lo hicieron y ahí se acabó todo...
 
 
Esta vez comenzó todo igual. Volvieron a ponerme la medicación y yo no sentía absolutamente nada. Me bajaron a quirófano y, cuando desperté sentía una presión muy grande dentro del útero. Me dolía y no me encontraba bien. Estaba en reanimación y se lo comenté a la primera que pasó por allí, así que me pusieron analgesia. Al rato me preguntaron que cómo me encontraba y yo les dije que me dolía menos, pero que seguía sintiendo mucha presión dentro del útero, una sensación muy molesta y extraña. Les pregunté que si me habían hecho el legrado y me contestaron que antes de subir se pasaría el ginecólogo y hablaría conmigo. Y pasó el ginecólogo y me preguntó como me encontraba y le dije lo mismo, que me dolía menos pero que sentía algo en el útero. Me comentó que habían intentado hacerme el legrado, pero que por mucho que lo habían intentado no habían podido. Que al forzarme habían dañado y me habían puesto una venda compresiva (o algo así, no recuerdo muy bien la nomenclatura) porque había empezado a sangrar mucho por la lesión. Llamó a una enfermera, me dijo que abriera las piernas, que tomara aire y que cuando ella dijera lo expulsara. ¡¡Madre mía lo que sacó de dentro!! Con razón tenía esa presión. ¡Si tenía una sábana entera metida! Cuando tiró de ella parecía que me vaciaba por dentro, qué sensación más mala, por favor. Y encima tenía que pasar otra vez por quirófano porque no habían podido legrarme...
 
Al día siguiente volvieron a bajarme a quirófano y esta vez sí pudieron hacerlo, pero cuando me iban a dar el alta me hicieron una eco y vieron que quedaban restos. Aún así, me mandaron para casa, pero con unas gotas que facilitarían que expulsara lo que quedaba. Debía volver a la semana para que me controlaran como iba todo. Me llegué a tomar dos botes de las gotas que me recetaron y seguían viendo que no estaba limpia, hasta que un día me empezó a doler mucho la barriga, como de regla pero a lo bestia, y expulsé un montón de coágulos. Y se acabó todo.
 
Me daba la sensación que todo era complicado para mí, no sólo el embarazo, sino todo lo que conllevaba mi sistema reproductivo: ectópicos que terminaban sin trompa ni ovario, abortos con dobles legrados,...
 
Mucha tralla para mi cuerpo. Había pasado cinco veces por quirófano por mis pérdidas y seguíamos igual. O peor porque ¿quién nos aseguraba que esto no podía volver a suceder?